La Reforma protestante es un hito de la historia cristiana que no pasa desapercibido. Si bien es uno más de los grandes cambios que se dieron a partir del siglo XVI, la cristiandad contemporánea no puede entenderse sin el influjo que trajo la Reforma.
La Reforma no es un movimiento aislado de su contexto, pues la agitación política, académica, cultural y social que vivía Europa tenía que tener también su presencia en el ámbito religioso, especialmente como respuesta a las diferentes dificultades y excesos que la Iglesia católica romana presentaba en su momento.
La Reforma tampoco es un movimiento uniforme, pues, aunque el abanderado conocido del movimiento sea Martín Lutero, los focos de renovación religiosa se extendían por toda Europa, cada uno de ellos con sus matices particulares y sus propios desafíos.
En el tiempo de la Reforma, América Latina vivía sus propios periplos históricos y religiosos. A pesar de ello, las huellas de renovación también se experimentaron en el Nuevo Continente.
En un primer momento, la Reforma se experimentó en América al menos de dos maneras: primero, con un catolicismo que estaba en busca de renovación, por el esfuerzo de personajes como Isabel la Católica y Francisco Jiménez de Cisneros; segundo, con algunos individuos y pequeñas comunidades protestantes que se establecieron gracias a la emigración desde Europa.
Ante la pregunta de si el protestantismo llegó a América, la respuesta es un sonoro sí: llegó bajo diferentes vías y formas, mostrando la misma multiplicidad y diversidad que tenía el movimiento en Europa.
Sin embargo, el crecimiento de los movimientos asociados a la Reforma en América Latina tuvo que esperar hasta la ola de misioneros que llegaron desde Estados Unidos y otras latitudes en el siglo XIX. Los movimientos asociados a la Reforma que llegaron en ese tiempo ya tenían otro tipo de travesías, experimentadas como respuesta a sus propios contextos de vida. Estos movimientos traían consigo la marca de los movimientos pietistas y de santidad de los Estados Unidos, además de un férreo celo conversionista producto de la propia historia norteamericana y sus grandes despertares.
Al igual que en el siglo XVI, la diversidad del movimiento dio paso al crecimiento de distintas denominaciones en Latinoamérica, unidas por un sello que ya había sido famoso unos siglos antes: “evangélico”.
Hoy en día, en algunos sectores se preguntan si Latinoamérica necesita una reforma, lo cual solo es un síntoma de al menos tres factores:
- Una falta de comprensión histórica de la Reforma, la cual nunca fue un movimiento uniforme y siempre se nutrió de la diversidad de influjos de su contexto.
- Un olvido y quizá menosprecio de la historia de la Iglesia latinoamericana, donde desde el siglo XVI hubo personas perseguidas por esparcir la “herejía luterana”, y que en los siglos siguientes muchas personas llegaron hasta la muerte por predicar la buena noticia que les había sido encomendada a lo largo de toda la región.
- Un olvido de que la Reforma, desde el primer día, no buscaba ser solamente un momento histórico, sino un impulso para que la Iglesia se supiera reformada y siempre reformándose.
Así, podemos afirmar que Latinoamérica no está esperando un momento llamado “Reforma”, pues desde un principio de su historia ha bebido de las huellas de la reforma española, de los insipientes movimientos de migrantes protestantes y de misioneros que traían su propia historia marcada por reformas en pro de la santidad y la piedad.
Latinoamérica no está esperando un “momento” que se llame “Reforma”, pues sabe que desde sus entrañas han salido vientos de renovación y reforma hacia el entendimiento de un evangelio que es integral, que es capaz de unir la historia de los grandes despertares norteamericanos con los clamores y las heridas abiertas de los pueblos latinoamericanos.
La región latinoamericana sabe de reformas, pues en sus calles y barrios se escuchan los cantos de las iglesias que se saben reformadas por el Espíritu Santo y el poder del Pentecostés, el cual no solo es capaz de transformar las instituciones religiosas, sino también de dar una esperanza de vida plena en medio de circunstancias caóticas.
Latinoamérica sabe de reformas, pues es testimonio vivo de una iglesia que es reformada y que está siempre reformándose.
